Por Manuel Hidalgo
“En nuestra búsqueda del camino para construir una globalización alternativa a la hoy imperante, tres pistas nos parecen fundamentales a desarrollar: una visión cósmica, una conciencia planetaria y una identidad latinoamericana.
Creemos que una visión cósmica de la vida –más que una mera conciencia ecológica- es imprescindible. Los seres humanos, como lo entendieron muy bien nuestros pueblos originarios, no somos el centro del Universo ni la criatura destinada a subordinar toda la naturaleza a nuestro antojo. Debemos ser capaces de vivir en armonía, en equilibrio, con nuestro entorno, y entender que nuestra supervivencia está ligada indisolublemente a las demás formas de la vida que cubren este planeta; que no es sino un punto ínfimo del Universo. Precisamos avanzar hacia una nueva civilización, que como dice Leonardo Boff, recupere lo sagrado de la Tierra y el reencantamiento y veneración del Universo.
Una conciencia planetaria resulta fundamental e ineludible. Ninguno de los problemas más profundos que en la actualidad afligen a los seres humanos es de escala local ni tan siquiera nacional o continental. Ya sean estos problemas políticos, económicos, sociales, ambientales o culturales. La comprensión cada día más cabal de esto ha dado origen ya a múltiples expresiones de una ciudadanía global, que empieza a articularse, a desarrollar iniciativas y a alentar procesos e instituciones que prefiguran un nuevo mundo, que reconoce la necesidad de unirse en la construcción de un mundo sin discriminaciones ni exclusiones, basado en la solidaridad y la justicia social, en la democracia participativa, en el respeto y valoración de las diversidades nacionales y culturales y la armonía con el medio ambiente” [1].
Es más, a 15 años de las líneas que anteceden, hoy podemos decir que uno de los procesos que hacen parte del cambio de época que atravesamos como humanidad, lo constituye la rebelión global de los pueblos.
“A nivel mundial crecen las resistencias al intento de mantener el “status quo” por las vías de la guerra, los shocks económicos y financieros, la manipulación política y mediática. Y avanza un cuestionamiento generalizado de las viejas instituciones y liderazgos. En 2011 se vivió el comienzo de una nueva era de rebeliones, que retoma y profundiza la revolución político-cultural de 1968 del siglo XX [2]. Millones de personas se convocaron y movilizaron, con autonomía política y más allá de los partidos, ocuparon calles y plazas con horizontalidad y creatividad y enfilaron sus dardos en contra de la desigualdad, los gobiernos corruptos y antidemocráticos, y su servilismo frente a los banqueros, causantes de la crisis. El contagio continental y planetario de las protestas, reflejó una conciencia de destinos compartidos que empieza a extenderse y que madurará en prácticas de organización y lucha inéditas en el futuro, más allá de los resultados políticos inmediatos limitados que en cada país se han alcanzado” [3]. Más recientemente, las luchas de los movimientos feministas, lo mismo que por la preservación de la vida humana en la Tierra, amenazada por el cambio climático, han cobrado dimensión planetaria.
Llegamos así al tema de la identidad y de la ciudadanía latinoamericana.
Luego de 1992, con la caída del muro de Berlín y la desaparición del campo socialista, se cierra un largo periodo de la historia del siglo XX, signado por un orden bipolar en las relaciones internacionales.
Se abrió así una nueva situación en la que entra a disputarse la configuración de un nuevo orden político internacional. Una pugna en la que hoy son claramente perceptibles dos alternativas: la perseguida por los gobiernos de los EE.UU., que alientan la consolidación de un orden unipolar, con una hegemonía sin contrapeso alguno de la única gran potencia mundial en el terreno político-militar; y la de aquellas potencias emergentes que alientan la configuración de un orden multipolar, con una hegemonía compartida.
En particular, China, Rusia, y otros países de dimensiones continentales, se han constituido en actores de otro proceso fundamental del cambio de época: un profundo cambio en el poder mundial y en la escena geopolítica. Se hace cada vez más evidente la decadencia de la hegemonía estadounidense y de la tríada (EEUU, Europa y Japón) mientras adquieren mayor peso potencias emergentes, que se expresan en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Surge un mundo multipolar, que provocará un cambio radical en las relaciones políticas y en el sistema de las instituciones internacionales.
Pero ¿qué pasará en este contexto mundial con América Latina? Los pueblos que habitamos este continente tenemos una oportunidad histórica inédita de avanzar hacia un horizonte de efectiva soberanía si nos conformamos como una macro-comunidad con una sola identidad y ciudadanía, indo-afro-mestiza-latinoamericana y caribeña. Nuestra integración política, económica, social y cultural, desde abajo, desde los pueblos, y no tan sólo en instancias como UNASUR y CELAC, es decisiva. Avanzamos resueltamente en ese proceso o nos resignamos a ser colonizados, una vez más, por potencias extracontinentales.
Nosotros, los pueblos de hoy, sobre todo las nuevas generaciones que hoy renuevan la lucha y la esperanza, tenemos la palabra.
La migración intrasuramericana, intralatinoamericana y caribeña nos está aproximando vitalmente ese desafío. Es la hora de reconstruir nuestra convivencia y nuestras instituciones, mirándonos en nuestra historia común, recuperando el legado de Bolívar, San Martín, O’Higgins, Martí, y de tantas y tantos patriotas que soñaron Nuestra América, como una Patria Grande.
1 – “Construir una identidad latinoamericana”, Manuel Hidalgo 2 – “La revolución de 1968. Cuando el sótano dijo ¡Basta¡”, Raúl Zibechi y 3 – “La lucha por América Latina en un cambio de época”, Manuel Hidalgo.
*Este artículo ha sido publicado en la Revista El Derecho de Vivir en Paz N°14.